domingo, 15 de abril de 2018

4.1 Corsarios de Finulein (Altos elfos) VS Incursores de Isgaard Mantonocturno (Elfos Oscuros)

Arathar cruzó la explanada que había frente a la granja, usando su aura mágica para evitar mojarse con la lluvia que empezaba a caer. A su alrededor, los Asur se apresuraban a levantar un campamento defensivo y a tratar a los heridos; desde el momento en que Finulein había sido derribada el mando de la hueste élfica había recaído en él, algo que le incomodaba. La almirante era una gran estratega tanto en el campo de batalla como en la gestión del ejército sobre el territorio, pero él siempre se había sentido más cómodo entre libros... no tenía madera de militar y mucho menos de líder. Comprobó que los guerreros de Hoeth heridos se encontraban todo lo bien que permitía su situación y, sin perder más el tiempo, abrió la puerta de la granja. En seguida, el olor de la sangre y los gemidos de agonía lo transportaron a la realidad de un hospital de campaña, un mundo que él mismo había conocido en los últimos enfrentamientos y algo que no le deseaba a nadie. Una oleada de rabia le inundó al pensar en los buenos elfos y elfas que había perdido la vida en aquella jornada, gotas irrecuperables en el mar de un pueblo que se secaba; la muerte de cada hijo e hija de Ulthuan era un drama irreparable que Arathar desearía tener el poder de evitar. Por eso tenía tantas esperanzas puestas en los secretos que se ocultaban tras las grandes puertas de la Cámara, deseaba obtener el conocimiento y el poder suficientes para salvar a su pueblo de morir marchitado como una flor en invierno. 

Sobre la mesa más grande de la granja, un médico-hechicero cauterizaba la herida de Finulein que, con el torso completamente descubierto, era sostenida por dos fornidos Yelmos Plateados; aunque, por sus rostros, era evidente que ambos hubiesen preferido estar al frente de una carga suicida. La Almirante se se revolvió durante un momento y, al terminar la cura de emergencia, relajó todos los músculos de su cuerpo, exhausta. Arathar despachó a los presentes y la tapó con su propia capa, a la espera de que recuperase fuerzas. 

–Informe... –puede que el cuerpo de la bastarda de Finubar estuviese débil, pero su mente y su mirada seguían siendo de acero– Dime cuántas bajas. 

–Demasiadas, como siempre. Pero muchas menos de las que temíamos. Un buen número de milicianos y Yelmos Plateados; los Maestros de la Espada que te cubrieron cuando fuiste herida han sido diezmados, pero aquellas guerreras no se detenían a rematar a los heridos, por lo que muchos de ellos volverán a ponerse en pie. Como te he dicho, demasiadas bajas, pero el grueso del ejército ha salido indemne. 

–Gracias a ti... Hoy mucha gente te debemos la vida.

–Los vientos de la magia son caprichosos en estas tierras... creo que el artefacto interfiere en ellos de alguna manera. Hoy hemos tenido suerte. 

–No te menosprecies, amigo, las cosas habrían sido muy distintas si no hubieses acompañado a la flota. ¿Qué sabemos del príncipe oscuro? 

–Nada, tras la huida general de los druchii, los exploradores y los jinetes que aún podían combatir se han lanzado en su persecución, pero todavía no tenemos noticias suyas. Me temo que el enemigo intentará volver a las montañas. 

–Bien hecho, nosotros debemos reunirnos con nuestros aliados para el asalto final. El desgaste empieza a hacer mella en todos, así que es hora de zanjar esto. Me temo que tendrás que asumir el mando durante unos días, hasta que los médicos me dejen hacer algo útil. 

–No te preocupes, me las arreglaré. Comparado con intentar desentrañar los misterios de una puerta arcana protegida por hechizos milenarios, no creo que sea tan difícil dar órdenes a un grupo de soldados. 

Cuando el hechicero salió, le quedó la satisfacción de ver la débil sonrisa que su torpe broma había dejado en el rostro de Finulein. Sin embargo estaba preocupado por ella. Demasiadas heridas, demasiada responsabilidad y, solo había que mirar a su alrededor, demasiada muerte. Únicamente los dioses sabían el peso que caía sobre los hombros de la Almirante, pero por unos días él tomaría el relevo. La necesitaban fuerte, porque la puerta ancestral cada vez estaba más cerca de ser abierta y no dudaba de que sus enemigos tenían intención de morir matando.


Autor: Ximo Soler

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