martes, 1 de mayo de 2018

5.1. Píncipe Lindir y Cazadores de Úlfgar El Carnicero VS Mercenarios de Samuel Sime y Incursores de Isgaard Mantonocturno.

El sonido del hueso al partirse arrancó una sonrisa cansina a Úlfgar El Carnicero, mientras el pecho de aquel humano se hacía astillas. El Matador estaba empezando a cansarse de aquella campaña, al principio había creído que esa alianza de enemigos supondría un peligro real... lo cierto es que al principio lo había parecido así, pero ahora no se diferenciaba en nada de sacudir elfitos.

–Si, Craneo, ya sé que en parte esta guerra ha consistido en sacudir elfitos, pero me entiendes –dijo mientras bloqueaba una alabarda y partía el arma por el hasta–. Lo que me refiero es que me hago mayor y necesito algo más, creía que aquí podría encontrar una muerte gloriosa, pero me parece que no va a ser así.

A sus pies cayeron dos confundidos humanos más, mutilados en las formas creativas que su humor dictaba aquella mañana. Un mercenario cargaba contra él, espada en ristre, pero Úlfgar desenfundó un cuchillo de caza que llevaba al cinto y lo lanzó contra el atacante, que se desplomó fulminado con un palmo de acero allí donde solo tendría que haber materia gris.

–No lo sé, Cráneo, creo que estoy perdiendo la pasión por mi trabajo. No, no, en serio, lo he meditado, siempre es lo mismo. Llego a un sitio, mato gente o decapito un monstruo y me voy. ¿Y para qué? Nunca encuentro un rival a mi altura.

Dio un puñetazo en la entrepierna a un humano, que cayó de rodillas y sacó una pistola en un desesperado intento por salvar su vida; Úlfgar le arrebató el arma con desgana, le metió el cañón en la boca al pobre infeliz y apretó el gatillo. La nube de sangre, hueso y sesos palpitantes impactó en la cara de otro mercenario, que quedó ciego durante un instante y fue decapitado por uno de los cazadores enanos.

–A veces pienso que no hay nada en el mundo que vaya a sorprenderme... mucho menos que pueda darme la muerta que busco.

Entonces, mientras la infantería enemiga se barría en retirada, Úlfgar miró a lo lejos y vio al Príncipe Lindir y sus caballeros dragoneros, rodeados de enemigos y vendiendo caras sus vidas. Poco a poco, los guerreros de Caledor iban cayendo uno a uno abrumados por su inferioridad numérica, pero todos ellos dispuestos a vender cara su vida con honor. El Matador se quedó un instante contemplando la escena, pensativo.

–Cállate, Cráneo. No. ¿Y tú qué sabes? ¿Ironía? La ironía es para los bardos, yo soy un guerrero. Mira, ¿sabes qué te digo? Qué estás colgado del estandarte de Waldruf, se supone que estás demasiado lejos para que te escuche. ¡Así que silencio!

Úlfgar empuñó su hacha de combate y se encaminó de nuevo a la refriega, jamás pensó que diría aquello, pero tenía que salvar a un elfo que merecía vivir.


Autor: Ximo Soler.






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