martes, 8 de mayo de 2018

5.4. Ejército de Grungtham el sabio (Enanos) VS Los Brutos de Grogo (Ogros)

Jutonhëim siempre había amado las explosiones y las tormentas, tal vez le gustaba el estampido de los cañones porque le recordaba al estruendo de los truenos en las montañas, pero condensando todo ese poder desmesurado en un único y potente instante. Su viejo siempre le había dicho que, con la munición de artillería suficiente, se podía matar hasta a los mismos dioses... Pero creció y maduró lo suficiente como para saber que las cosas no eran tan fáciles, no se podía derrotar a los poderes de la destrucción a cañonazos. Sin embargo, era muy probable que el cascarrabias de su padre, con sus historias, hubiese sido el culpable de que él acabase trabajando como ingeniero de los trenes de artillería de Barak-Varr. Y ahora se encontraba allí, en aquel glorioso día en que los cañones enanos desataban la destrucción sobre los enemigos de su hogar; tal vez no fuesen dioses, pero aquella marea de ogros –grandes como torres– había convertido su carga masiva en una huida hacia delante gracias al incesante martilleo de sus proyectiles del calibre cincuenta y dos. El cañón órgano que tenía a su lado volvió a rugir, con las bocas de acero humeantes y al rojo vivo, mientras hacía aún más densa la humareda blanca que cubría las filas enanas. Jutonhëim aspiró hondo y sonrió, seguro de que a su viejo le habría encantado estar allí.

–¡Me encanta el olor de la pólvora por la mañana! –exclamó mirando a las filas enemigas– Huele... ¡Huele a victoria!

Sus artilleros rieron mientras preparaban la siguiente carga de munición con la que alimentar al cañón mientras, bajo su posición, lo que quedaba de la marea de ogros conseguía chocar contra el duro muro de escudos enanos. El enemigo luchaba con un salvajismo difícilmente igualable, pero no era nada para lo que los enanos no estuviesen preparados. Mientras la sangre y los miembros saltaban de un lado a otro, Jutonhëim vio como una gargantúa salía de su madriguera subterránea y empezaba a despedazar a la dotación del cañón que había junto a ellos. Ordenó girar al órgano hacia la bestia y levantó el brazo, preparado para dar la señal de disparo; tal vez su viejo no tuviese razón, no se podía matar a cañonazos a un dios... pero con la suficiente munición podía reducir a astillas cualquier otra cosa, por muy grande que fuera. 


Autor: Ximo Soler



















jueves, 3 de mayo de 2018

5.3. Finulein Sin Tierra (Altos Elfos) VS Ernuzhk Espadahumeante (Enanos del caos)

Finulein observó las filas y filas de guerreros que luchaban a su lado, las lanzas élficas refulgían con una luz brillante y plateada a pesar del oscuro y lluvioso atardecer. La calma pesaba sobre los silenciosos guerreros elfos mientras esperaban la aparición del enemigo y la tensión era tan palpable que podía masticarse. Solo se escuchaba el repiquetear de la lluvia en los escudos y el rostro gris e imperturbable los elfos se escondían en sombras bajo los yelmos como si estuvieran haciendo frente a la propia lluvia. Finulein se adelantó y escuchó el reporte de unos exploradores que venían con noticias.

-Los enanos sirvientes de los Dioses oscuros se acercan, mi señora. Vienen hacia aquí a través del bosque, avanzan en silencio, marchando en formación y listos para la batalla. Parece que saben que los estamos esperando.- Dijeron los exploradores.

Antes de que Finulein pudiera contestar un estruendoso resplandor rojizo iluminó la tarde. Una llamarada surgió muy por encima de los árboles comenzando un incendio en el espeso bosque frente al que se encontraba desplegado el ejército. La brillante llamarada se reflejó en los ojos de Finulein y vio con terror como formas humanas retorciéndose de dolor en el caótico resplandor. Cuando la llama se extinguió, Finulein dirigió su mirada a la espesura del bosque; entre los árboles vio rugientes llamaradas que lo consumían todo a su paso, y entre las llamaradas vio las metálicas figuras de los enanos del caos, marchando en dirección a la linde del bosque, en silencio, como un solo enano.

Finulein dudó por unos segundos. Nunca antes se había enfrentado al caos en esta forma tan pura. Elfos oscuros, ogros, orcos… Todos aquellos seres eran mortales, seres que vivían y morían como el resto de criaturas de este mundo. Ahora, en esta tierra lejos del hogar, veía cara a cara por primera vez aquello contra lo que su pueblo había luchado durante milenios. La visión del caos es algo terrible hasta para los más fuertes. Un segundo de vacilación, "el último segundo de vacilación de mi vida", pensó Finulein. Desenvainó su espada, que brilló con un tono verdeazulado de satisfacción al entrar en contacto con el agua de la lluvia y ladró con su potente voz de mando a sus tropas que mantuvieran la posición. 

Los enanos salieron del bosque, avanzando de la forma en la que sólo un enano sabe hacer, imparable e impasible, como el movimiento de las montañas, ignorando las flechas que se clavaban en las negras armaduras como si se tratasen de ramitas sin punta. Finulein escuchó un cuerno cruel en flanco izquierdo y vio como unos enormes lobos se abalanzaban sobre sus tropas. No le dio tiempo a lanzar órdenes pero sonrió con orgullo al ver que sus tropas hacían huir en desbandada a esos sucios trasgos sin ayuda. Una llamarada repentina le llamó la atención mientras contemplaba el campo de batalla, tres figuras gigantescas hechas de fuego y hierro habían surgido del incendio del bosque y se dirigían hacia la línea de arqueros élficos. El fuego consumió a los sombríos que intentaron detenerlos y era tan intenso que todo el bosque humeaba con el vapor de la lluvia. Los demonios  ígneos avanzaron, quemándolo todo a su paso hasta llegar a los arqueros, los cuales no dejaron ni un solo momento de disparar flechas.

Con el ojo experto de quien ha comandado a sus tropas en muchas batallas, Finuelin vio las negras tropas de los enanos del caos y a sus jinetes de los Yelmos plateados. Estos estaban trabajando duro, como habían planeado y vio que era el momento. Alzó su espada y sus elfos lo siguieron a la batalla. Frente a la línea enana, una pequeña línea, oculta hasta entonces de asquerosos hobgoblins apareció, disparando sus retorcidos arcos. Finulein y sus guerreros los mataron a todos pero el retraso había sido efectivo. Los Yelmos tuvieron que luchar solos y Ernuhzk había dirigido su humeante espada hacia ellos con cruel satisfacción.

La firme línea elfíca había sido dividida. Los enanos habían conseguido distraer a los elfos con sus demonios infernales y los hobgoblins habían impedido que los elfos cargaran a los enanos. Finulein corría de aquí para allá lanzando órdenes a sus guerreros para recomponer la desperdigada línea cuando la atmósfera se hizo pesada a su alrededor. Cada gota de agua era como una tonelada sobre Finulein. Mover un brazo le era dolorosísimo y sentía todas las articulaciones entumecidas. Un aroma a azufre le invadió y la piel adoptó un tono cobrizo y pétreo Finulein ahogó un grito que no pudo salir de una garganta pétrea.

Una voz burlona susurró en su aterrado oído:
-Esto es lo que te mereces, chiquilla. Por jugar con quien no debías.



Autor: Rafa Doñate


miércoles, 2 de mayo de 2018

5.2. Astrohz el Implacable (Altos Elfos) VS Loz Machotez de Grimgor (Orcos)

La noche era cálida, todos y cada uno de los elfos de la hueste de Astrohz podía sentir cómo la primavera avanzaba con cada día que pasaba. Sin embargo, eran las piras funerarias donde los Asur lloraban a sus muertos las hacían que esa sensación de calor fuese aún más sofocante. La batalla que se había desarrollado al amanecer fue la última gran prueba para los guerreros de Nagarythe, aguerridos como pocos en Ulthuan. Una larga fila de Leones Blancos flanqueaba a la comitiva que se acercaba a la gran torre de madera que dominaba el rito funerario, liderada por el viejo Príncipe Astrohz. Aquella mañana, el comandante se había ganado por completo la lealtad de sus, ya de por sí, fieles soldados. Cada uno de los que en esos momentos se lamentaba por la pérdida de sus compañeros sabía que, de no ser por su líder, la carnicería habría sido mucho mayor. 

Pocos habían esperado encontrar al enemigo con las primeras luces del alba, pero tanto Asur como pieles verdes se habían lanzado unos contra otros con la pasión de dos amantes que vuelven a encontrarse. En aquella y otras campañas, Astrohz y los suyos habían hecho frente a multitud de enemigos, pero pocas veces vieron unas bestias como los orcos negros acorazados que lideraban al contingente orco. La esperanza abandonó las filas de la hueste resplandeciente cuando Grimgor emergió de entre sus guerreros para llevar la muerte y la destrucción a su paso; y sin embargo, cuando los corazones de todos los lanceros se encogían, sintiéndose incapaces de enfrentarse a aquel monstruo, apareció la amada figura del general. Como un faro blanco a punto de ser azotado por la más furiosa de las tempestades, Astrohz se mantuvo firme ante la furia hecha carne. Todos pensaban en aquel duelo cuando el héroe de Nagarythe se acercó hasta la pira funeraria y depositó la antorcha sobre la madera, iniciando el incendio que ardería durante toda la noche. Una brisa fresca sopló desde las montañas hacia el Oeste, las estrellas girarían durante las próximas horas para guiar las almas de los caídos hasta los monolitos que les esperaban en su tierra natal. 

Todos mantuvieron un respetuoso silencio, observando cada uno de los movimientos de su adorado líder, el único que había sido capaz de hacer frente al gran orco negro; luchando contra él casi como si fuese una danza, vertiginosa y mortal, en la que una lluvia de chispas saltaban con el choque de las armas y los golpes contra las protecciones mágicas que rodeaban a los contendientes. Todos habían visto como, contra toda lógica, el piel verde perdía fuelle y el elfo lo arrinconaba. Si quedaba alguna duda sobre ello, tras tantos años a su servicio, cada uno de los veteranos de Astrohz sabía que le seguirán hasta cualquier confín del mundo al que los guiase. Una batalla más. Un funeral más. Una muesca más en el escudo que protegía al mundo de la destrucción. Pocas razas entendían la magnitud del sacrificio que llevaban a cabo los hijos de Asuryan. 

La solemne ceremonia fue interrumpida por un murmullo creciente que se aproximaba a la gran pira, el repiqueteo de los ligeros cascos de un corcel élfico. El mensajero, un Maestro de la Espada de Hoeth, casi saltó de la silla de montar e hincó la rodilla ante Astrohz; le entregó un mensaje y esperó a un lado. El general leyó el mensaje y agradeció al correo su velocidad, el ejército volvería a Tor Tal-Harin al alba. Los muertos ya descansaban, pero los vivos aún tenían una batalla más que ganar. 


Autor: Ximo Soler



martes, 1 de mayo de 2018

5.1. Píncipe Lindir y Cazadores de Úlfgar El Carnicero VS Mercenarios de Samuel Sime y Incursores de Isgaard Mantonocturno.

El sonido del hueso al partirse arrancó una sonrisa cansina a Úlfgar El Carnicero, mientras el pecho de aquel humano se hacía astillas. El Matador estaba empezando a cansarse de aquella campaña, al principio había creído que esa alianza de enemigos supondría un peligro real... lo cierto es que al principio lo había parecido así, pero ahora no se diferenciaba en nada de sacudir elfitos.

–Si, Craneo, ya sé que en parte esta guerra ha consistido en sacudir elfitos, pero me entiendes –dijo mientras bloqueaba una alabarda y partía el arma por el hasta–. Lo que me refiero es que me hago mayor y necesito algo más, creía que aquí podría encontrar una muerte gloriosa, pero me parece que no va a ser así.

A sus pies cayeron dos confundidos humanos más, mutilados en las formas creativas que su humor dictaba aquella mañana. Un mercenario cargaba contra él, espada en ristre, pero Úlfgar desenfundó un cuchillo de caza que llevaba al cinto y lo lanzó contra el atacante, que se desplomó fulminado con un palmo de acero allí donde solo tendría que haber materia gris.

–No lo sé, Cráneo, creo que estoy perdiendo la pasión por mi trabajo. No, no, en serio, lo he meditado, siempre es lo mismo. Llego a un sitio, mato gente o decapito un monstruo y me voy. ¿Y para qué? Nunca encuentro un rival a mi altura.

Dio un puñetazo en la entrepierna a un humano, que cayó de rodillas y sacó una pistola en un desesperado intento por salvar su vida; Úlfgar le arrebató el arma con desgana, le metió el cañón en la boca al pobre infeliz y apretó el gatillo. La nube de sangre, hueso y sesos palpitantes impactó en la cara de otro mercenario, que quedó ciego durante un instante y fue decapitado por uno de los cazadores enanos.

–A veces pienso que no hay nada en el mundo que vaya a sorprenderme... mucho menos que pueda darme la muerta que busco.

Entonces, mientras la infantería enemiga se barría en retirada, Úlfgar miró a lo lejos y vio al Príncipe Lindir y sus caballeros dragoneros, rodeados de enemigos y vendiendo caras sus vidas. Poco a poco, los guerreros de Caledor iban cayendo uno a uno abrumados por su inferioridad numérica, pero todos ellos dispuestos a vender cara su vida con honor. El Matador se quedó un instante contemplando la escena, pensativo.

–Cállate, Cráneo. No. ¿Y tú qué sabes? ¿Ironía? La ironía es para los bardos, yo soy un guerrero. Mira, ¿sabes qué te digo? Qué estás colgado del estandarte de Waldruf, se supone que estás demasiado lejos para que te escuche. ¡Así que silencio!

Úlfgar empuñó su hacha de combate y se encaminó de nuevo a la refriega, jamás pensó que diría aquello, pero tenía que salvar a un elfo que merecía vivir.


Autor: Ximo Soler.