lunes, 30 de abril de 2018

Final fase 4 Contubernio del mal

-Ven, acércate mi pequeña criatura. Infórmame de los avances ¿Por qué la Torre no ha caído todavía? ¿Hay retrasos? ¿Resistencia? ¿Los generales que elegiste no han sido los campeones que esperábamos? Los elegiste personalmente y tú mismo te encargaste de que tuvieran... la motivación necesaria… ¿Acaso nos han traicionado? ¿Acaso… me has traicionado?

Dejó que las palabras cayeran, amenazantes sobre la pequeña criatura que se encogía frente a sus pies. Cuando la misma dejó de temblar y susurrar, una pequeña voz susurró.

-Los Asur y los Dawi han… han unido fuerzas… no esperábamos que fueran tan poderosos…

-¿¡Esos perros!?- La voz reverberó a través de las nieblas gris azulado que los envolvían- ¿No estaban matándose entre ellos al otro lado del mundo?

La pequeña voz tardó un poco más en dejar de temblar y sollozar esta vez.

-Mi señor, eso ocurrió… quiero decir, hace… miles de años de aquello… debería usted recordar…- jadeó la figura.

-¡Silencio gusano! Es cierto… -Reflexionó olvidando a su sirviente- El tiempo de este lugar me deshace la mente. –Pareció dudar unos momentos- Esa guerra está en el pasado, y en mi futuro… - Una ráfaga de dolor cruzó su rostro.- ¡Maldita sea esta prisión! ¡Esclavo!

Entre jadeos entrecortados la figura consiguió articular:
-¿Si, mi señor?

-Háblame, cuéntame quiénes son nuestros generales, dime quién puede ser el que nos está traicionando. ¿Cómo te presentaste ante ellos? ¿Cómo es que te siguieron a ti, una pequeña y horrible criatura a esta campaña catastrófica. ¿Cuántos de ellos conocen nuestra existencia? ¿Cuántos saben… de mí y de mi propósito?

-Maestro, ninguno sabe nada de vos, ni vuestro nombre, como pidió… Salvo… El Dawi Zharr sabe que sirvo a otro… Y dedica plegarias, ritos y sacrificios al Toro de fuego en su honor. Me presenté en el Templo al Gran Tauro y pedí un voluntario para mi señor. Ernuhzk se ofreció voluntario y le entregué una copia del mapa para llegar hasta aquí.

-Sabes que aquí ni debes pronunciar el nombre del Gran Tauro, ni ninguno de los otros… Ves con cuidado gusano, pues ni siquiera fuera de este lugar deberías mancillar sus nombres con tu vil lengua… Así pues el Dawi Zharr parece el más entregado a la causa… Continúa.

-Las elfas brujas me acogieron cuando me presenté como un viajero que venía del norte… Me agasajaron y me trataron como a un rey, fingí quedarme dormido por el dulce veneno que habían echado en mi copa nada más entrar en su templo y dejé que me cortaran el cuello y me robaran el pergamino. Sabía que tarde o temprano informarían a su príncipe del hallazgo y este, ansiando la fama y la fortuna para sí mismo, falsificó la firma del mismísimo Rey Brujo y huyó con su ejército de Naggaroth. Ahora mismo pesa sobre él una condena a serle arrancada el alma del cuerpo. Nadie corre riesgos así si no está convencido de lo que hace. Cree que volver con un tesoro que poner a los pies del Rey Brujo le concederá el perdón y la vida.

-Un Asur avaricioso y traicionero… Lo que me faltaba por ver- Exclamó, burlón la gran voz.

-El rey orco no nos adora, ni nos rinde culto. Esas bestias no adoran más que la fuerza y la violencia. EL mapa cayó en manos de una tribu orca que estaba en el camino del kaudillo más poderoso en nuestros días. Afortunadamente es uno de los pocos kaudillos que sabe leer aunque tenga que seguir las palabras con el dedo y mueva los labios mientras lo hace. La alianza fue más compleja, fue necesario el ogro para ella.

-El Orco nos ha dado victorias, pero hiciste mal en escogerle y te castigué por ello. Su destino es más grande que esto y no nos dará la victoria de buen grado. Es el eslabón frágil de nuestra alianza pero no es el traidor, no conscientemente, al menos.

-El Ogro fue necesario. Lo encontré en las Montañas del Este y me lanzó sus monstruos contra mí. Su tribu lo venera así que tuve que ganarme su confianza y enseñarle secretos… Sabe… Sabe que le sirvo… Pero no le he dicho su nombre… Y sabe que el artefacto es de gran poder. Para que funcionara la alianza conseguí que medio mapa cayera en sus manos por medio de un mercader de la Ruta de la Seda y mediante sueños sugerí que la otra mitad estaba en manos de Grimgor. Nadie ha vencido a la bestia así que el brujo ogro optó por la alianza.

-El brujo ogro sabe mucho, por lo que me estás contando… ¿Lo ha contado al resto de generales? No contestes gusano, no creo que lo haya hecho… Si es inteligente no confiará en ellos… Aunque si lo fuera tampoco debería haber confiado en ti… En fin ¿Y el humano? Los humanos siempre han sido buenos peones en nuestras guerras y sirven gustosamente, lo quieran o no… ¿Esta pequeña marioneta juega bien al juego?

-Durante años le he seguido y he guiado no pocas veces su fortuna, a pesar de eso no me conoce apenas. Tiene cuentas pendientes con uno de los Asur pero su corazón no nos pertenece así que luchará hasta donde el oro llegue.

-Es el que menos nos conoce, eso está bien… ¿Y cómo están ahora?

La pequeña criatura había dejado de temblar mientras hablaba y su voz había tomado un tono firme al hablar de sus logros y su trabajo. La pregunta hizo que los ojos de la gran criatura azulada se fijaron en la pequeña y sintió derretirse ante el poder y el odio que irradiaba desde su plumaje iridescente. Los temblores volvieron.

-El ta- tablero está dispuesto, mi señor… -Se arrodilló- Los ejércitos están desmoralizados pero aún tienen fuerza y poder… Si toman la torre al asalto todavía pueden acabar con la resistencia. Pe-pero en cuanto entren en el asedio perderán nuestro favor y no podremos protegerles. Son guerreros poderosos pe-pero puede que mueran, señor. Lo sabe… Van a a-atacar una vez. Que-queríamos un asedio prolongado y matarlos de hambre… Pe-pero va a tener que ser un ataque total a la torre.

-Bien lo sé, y va a ser sangriento y brutal. Los Dioses nos abandonaron a nuestro destino… Y ese destino está ahora en manos de meros mortales, inconscientes de lo que les aguarda bajo el Velo.


Texto: Rafa Doñate

domingo, 29 de abril de 2018

Final de fase 4 Concilio del Orden

Lieredan hinchó el pecho con orgullo, mientras veía avanzar las columnas de Elfos y Enanos hacia el interior del valle. Si su padre pudiese contemprarles, seguro que se sentiría orgulloso de que formase parte de las falanges de lanceros Asur que ejercían de columna vertebral élfica en aquella campaña. Sin embargo, no estaba segura de qué pensaría si supiese que, a tan solo unos metros de distancia, un férreo grupo de ballesteros enanos marchaban junto a ella. Los tiempos cambiaban, pensó, y muchas cosas también lo harían cuando la Guerra de Tor Tal-Harin –como empezaban a llamarla los soldados– llegase a su fin. Sin embargo, ocurriese lo que ocurriese en el futuro, Leredan siempre podría decir con orgullo que ella estuvo allí, luchando contra enemigos de todos los rincones del mundo, y que su escudo siempre había resistido.

Un grupo de mensajeros a caballo pasó al lado de su unidad, como empujados por la brisa marina, hasta el frente de la columna, donde la Almirante Finulein y su alto mando compartían la caminata de sus soldados. Empezaban a correr muchos rumores sobre ella y el resto de comandantes de la alianza, aunque era difícil diferenciar los que eran verdad de las exageraciones o, también, los que eran pura fantasía. Fuese como fuese, cada noble y cada plebeyo que combatía en aquella inhóspita tierra tenía la seguridad de estar participando en algo grande para Ulthuan, una victoria como la que no se veía desde que los ejércitos del Caos se estrellaron contra los muros de Middenheim... aunque bien es cierto que la hueste no estaba comandada por Teclis y que sus enemigos no estaban a la altura del Señor del Fin de los Tiempos, aunque lo cierto es que no había habido conflictos a gran escala desde entonces. En los últimos trece años, a excepción de sucesos como el último intento fracasado Druchii de invadir Ulthuan, el mundo se había visto envuelto en una extraña calma, como si hubiese necesitado recuperarse de aquella tormenta.

Sin embargo, se rumoreaba que las cavernas que había bajo Tor Tal-Harin contenían un secreto ancestral... de la época en la que los dioses caminaban sobre la Tierra y Aenarion era un joven viajero en un mundo donde no existían el mal ni la corrupción del Caos. Si eso era cierto, ¿qué podrían descubrir? Los adeptos que trabajaban intentando acceder a esos secretos hablaban poco, pero lo hacían, y aquí y allá se habían ido filtrando ideas, noticias y temores: los comandantes habían ordenado apostar una batería fortificada de artillería enana y a los mejores guerreros de los que podían prescindir en la campaña, pues se habían escuchado extraños ruidos al otro lado de la puerta. Si allí dentro había algo hostil iban a estar preparados, aunque debía reconocer que sentía cierto alivio de no haber sido destinada a la guarnición subterránea.

Los cuernos y trompetas sonaron y las huestes respondieron de forma ordenada, llegados a ese punto los diferentes ejércitos se movilizaban en direcciones distintas para encarar a un enemigo que se encontraba disperso por el territorio y desorganizado. Lieredan volvió a sonreír, confiada en lo que le depararía el futuro; el sol brillaba sobre el firmamento, los estandartes ondeaban al viento y la alianza entre Enanos y Altos elfos marchaba a la batalla.

Autor: Ximo Soler


domingo, 15 de abril de 2018

Ronda 4.4 Príncipe Lindir (Altos elfos) y ejército de Grunghtam el sabio (Enanos) VS Machotez de Grimgor (Orcos) y Ernuzhk Espadahumante (Enanos del Caos)

De nuevo, sin saber exactamente cómo ocurría, Ernuzhk contempló con ira cómo la batalla se volvía en su contra. Mientras él y sus guerreros marchaban al combate lo más rápido que podían, tenía que observar con impotencia como ese maldito orco negro se estrellaba contra el enemigo en el flanco derecho, sin esperarle, atacando por su cuenta. Sabía perfectamente que Grimgor le odiaba y que le había sido difícil olvidar su pasado como esclavo en las oscuras minas enanas del Este, pero también era consciente de que era lo suficientemente buen guerrero como saber que era un suicidio lanzarse de esa manera, sin esperarle, contra el muro de lanzas y artillería que sus enemigos habían alzado. Gritó y maldijo, invocando al Padre de la Oscuridad para que hiciese caer su venganza contra aquel piel verde estúpido. Frente a él, el retumbar de los corceles élficos le alertó de que la marea resplandeciente de Caledor se cernía sobre ellos y decidió que, mientras él viviese, ninguno de sus enanos iba a morir por la estupidez de un orco. Dibujó runas en el aire, invocando a los poderes oscuros que viven en las entrañas de la tierra para que les envolviesen con el manto protector de una nube negra; unos minutos después, empujada por un viento fresco del mar, la humareda mágica se dispersó y descubrió una llanura vacía allí donde antes estaban Ernuzhk y sus soldados. Desde algún lugar lejos de allí, el Enano del Caos esperaba que Grimgor muriese en aquel enfrentamiento perdido al que él mismo se había lanzado, aunque intuía que no sería tan fácil deshacerse de aquel incómodo aliado.

Autor: Ximo Soler

Ronda 4.3. Cazadores de Úlfgar el Carnicero (Enanos) VS Mercenarios de Samuel Sime (Mercenarios)

Querida Arianna, lamento no haberte podido escribir antes. Las cosas no van bien, estoy demasiado cansado de esta maldita campaña y de mentir a mis soldados como para engañarte a ti también. Los dos últimos días los he pasado en la cama con fiebres, el médico dice que tengo suerte de seguir con vida, pero no te preocupes porque en estos momentos me encuentro restablecido. Debo confesarte que estoy desesperado, estos malditos perros son impermeables a la disciplina y el sentido común, huyen cuando deberían atacar y luchan cuando lo sensato sería retirarse... y nuestros patronos pierden la paciencia. La hueste con la que empezamos la campaña está absolutamente diezmada, hemos reunido a los supervivientes para defender el territorio en torno a nuestro campamento, a la espera del inminente ataque. 

Si hoy sigo en pie es gracias a Granizo, que me ha sacado con vida de las situaciones más comprometidas. Sin duda, es el soldado en quién más puedo confiar en este momento, ya que si mis hombres no se han amotinado es simplemente por la amenaza que suponen nuestros enemigos. En la última batalla intentamos rodear a un grupo de enanos sin ningún éxito, sus exploradores consiguieron neutralizar a mis arcabuceros y a la balista casi sin esfuerzo, dejándonos sin opciones de victoria. ¡Maldita sea, cada vez que esos malditos enanos y elfos nos disparan una ráfaga, el ejército de delincuentes que gobierno se bate en desbandada! Ojalá tuviesen el mismo valor en el campo de batalla que en las tabernas, donde todos se consideran asesinos y generales de renombre. Sin duda, montaría sobre Granizo y volvería contigo ahora mismo si no fuese porque debo cumplir el contrato firmado con nuestros pagadores, así que me quedaré y lucharé una vez más, pues no me restan hombres para muchos más enfrentamientos. Tan solo espero que la fortuna me siga sonriendo como hasta ahora y las alas de Granizo me mantengan alejado de la muerte. Junto con esta carta te envío todo el oro que he ganado hasta ahora, con él tendrás para subsistir una buena temporada si a mi me ocurriese algo, los mensajeros son personas de confianza a quién ya he recurrido otras veces para misiones especiales. Rezo todas las noches, como me pediste, aunque solo lo hago por ti y por el pequeño Matías, a la gente como a mi solo nos escuchan los dioses de la oscuridad y no quiero tener tratos con ellos. No más de los que he tenido ya en las últimas semanas... a veces me gustaría que los dioses del bien y la luz atendiesen con tanta asiduidad a los mortales como sus enemigos de la oscuridad. Pero ya está bien de divagar, el amanecer se acerca y tengo responsabilidades que atender. 

Nos veremos pronto, amor mío, te lo prometo. Dile a Matías que su padre le llevará un regalo cuando vuelva a casa. Siempre tuyo, desde algún lugar de los Reinos Fronterizos. 

Capitán Samuel Sime. 


Autor: Ximo Soler

4.1 Corsarios de Finulein (Altos elfos) VS Incursores de Isgaard Mantonocturno (Elfos Oscuros)

Arathar cruzó la explanada que había frente a la granja, usando su aura mágica para evitar mojarse con la lluvia que empezaba a caer. A su alrededor, los Asur se apresuraban a levantar un campamento defensivo y a tratar a los heridos; desde el momento en que Finulein había sido derribada el mando de la hueste élfica había recaído en él, algo que le incomodaba. La almirante era una gran estratega tanto en el campo de batalla como en la gestión del ejército sobre el territorio, pero él siempre se había sentido más cómodo entre libros... no tenía madera de militar y mucho menos de líder. Comprobó que los guerreros de Hoeth heridos se encontraban todo lo bien que permitía su situación y, sin perder más el tiempo, abrió la puerta de la granja. En seguida, el olor de la sangre y los gemidos de agonía lo transportaron a la realidad de un hospital de campaña, un mundo que él mismo había conocido en los últimos enfrentamientos y algo que no le deseaba a nadie. Una oleada de rabia le inundó al pensar en los buenos elfos y elfas que había perdido la vida en aquella jornada, gotas irrecuperables en el mar de un pueblo que se secaba; la muerte de cada hijo e hija de Ulthuan era un drama irreparable que Arathar desearía tener el poder de evitar. Por eso tenía tantas esperanzas puestas en los secretos que se ocultaban tras las grandes puertas de la Cámara, deseaba obtener el conocimiento y el poder suficientes para salvar a su pueblo de morir marchitado como una flor en invierno. 

Sobre la mesa más grande de la granja, un médico-hechicero cauterizaba la herida de Finulein que, con el torso completamente descubierto, era sostenida por dos fornidos Yelmos Plateados; aunque, por sus rostros, era evidente que ambos hubiesen preferido estar al frente de una carga suicida. La Almirante se se revolvió durante un momento y, al terminar la cura de emergencia, relajó todos los músculos de su cuerpo, exhausta. Arathar despachó a los presentes y la tapó con su propia capa, a la espera de que recuperase fuerzas. 

–Informe... –puede que el cuerpo de la bastarda de Finubar estuviese débil, pero su mente y su mirada seguían siendo de acero– Dime cuántas bajas. 

–Demasiadas, como siempre. Pero muchas menos de las que temíamos. Un buen número de milicianos y Yelmos Plateados; los Maestros de la Espada que te cubrieron cuando fuiste herida han sido diezmados, pero aquellas guerreras no se detenían a rematar a los heridos, por lo que muchos de ellos volverán a ponerse en pie. Como te he dicho, demasiadas bajas, pero el grueso del ejército ha salido indemne. 

–Gracias a ti... Hoy mucha gente te debemos la vida.

–Los vientos de la magia son caprichosos en estas tierras... creo que el artefacto interfiere en ellos de alguna manera. Hoy hemos tenido suerte. 

–No te menosprecies, amigo, las cosas habrían sido muy distintas si no hubieses acompañado a la flota. ¿Qué sabemos del príncipe oscuro? 

–Nada, tras la huida general de los druchii, los exploradores y los jinetes que aún podían combatir se han lanzado en su persecución, pero todavía no tenemos noticias suyas. Me temo que el enemigo intentará volver a las montañas. 

–Bien hecho, nosotros debemos reunirnos con nuestros aliados para el asalto final. El desgaste empieza a hacer mella en todos, así que es hora de zanjar esto. Me temo que tendrás que asumir el mando durante unos días, hasta que los médicos me dejen hacer algo útil. 

–No te preocupes, me las arreglaré. Comparado con intentar desentrañar los misterios de una puerta arcana protegida por hechizos milenarios, no creo que sea tan difícil dar órdenes a un grupo de soldados. 

Cuando el hechicero salió, le quedó la satisfacción de ver la débil sonrisa que su torpe broma había dejado en el rostro de Finulein. Sin embargo estaba preocupado por ella. Demasiadas heridas, demasiada responsabilidad y, solo había que mirar a su alrededor, demasiada muerte. Únicamente los dioses sabían el peso que caía sobre los hombros de la Almirante, pero por unos días él tomaría el relevo. La necesitaban fuerte, porque la puerta ancestral cada vez estaba más cerca de ser abierta y no dudaba de que sus enemigos tenían intención de morir matando.


Autor: Ximo Soler

4.2. Astrohz el implacable (Altos elfos) VS Los Brutos de Gorgo (Ogros)

Las razas del Viejo Mundo sabían mucho de la guerra, pero de una forma salvaje, brutal y directa; no conocían las artes de la táctica en el modo en que Astrohz la había aprendido luchando en las tierras de Nagaryte, contra los Druchii. Durante varios días, su hueste había seguido al grupo de Ogros por las montañas, esperando el momento propicio de atacar. El buen general debe intentar vencer el combate antes de que se produzca la primera baja, pensó, y eso era lo que él había conseguido en aquel momento. La oscuridad del firmamento les ocultaba y la lluvia impedía que fuesen escuchados, si había algún momento idóneo para el ataque era ese. 

Cayeron sobre el enemigo desde las montañas, en un suspiro la caballería y la falange de lanceros había puesto en fuga al grueso de tropas ogras; convirtiendo la batalla en un auténtico caos donde los Altos Elfos mataban a placer. Sin embargo, mientras el príncipe alzaba su espada para gritar por la victoria, escuchó un sonido en la retaguardia de sus guerreros del cual ya le habían hablado. Giró sobre sus talones y cruzó entre las líneas de armaduras brillantes, dispuesto defender las vidas de los suyos una vez más. Frente a él, una Gargantúa enfurecida había hecho un círculo de muerte y sangre a su alrededor, pero no era nada el que veterano general élfico no pudiese enfrentar. La bestia le encaró e intentó agarrarlo, pero antes de que se diese cuenta el diminuto guerrero ya no se encontraba allí, sino que le hería con su espada clavándola una y otra vez allí donde ella parecía no poder alcanzarlo. La danza de Astrohz se prolongó durante unos segundos, cortando y apuñalando, arrancando sangre y aullidos de su enemigo. La lluvia caía y la escena era observada por un muro de escudos élficos, al resplandor intermitente de la tormenta. De repente, un sonido metálico y un grito sordo y el príncipe voló por los aires con la armadura abollada. De entre las filas Asur escapó un suspiro de miedo y desanimo; sin embargo, Astrohz se levantó con rapidez para recibir un segundo zarpazo, que rasgó su cota de láminas y lo volvió a lanzar a unos metros de distancia. Esta vez, el viejo guerrero tuvo tiempo de incorporarse, dolorido y ensangrentado, dispuesto a acabar con el depredador de las montañas. Cargó. Sus pies chapotearon en el barro con ligereza, porpulsándolo en un larguísimo salto que le puso a espaldas de la Gargantúa mientras su espada mágica describía un amplio arco mortal. Cuando rodó por el suelo la bestia yacía en el suelo decapitada, con los espasmos de su última sorpresa. Se volvió a incorporar y, sin hablar ni mostrar dolor, lideró de nuevo a sus lanceros. Aún había una batalla que ganar. 


Autor: Ximo

domingo, 1 de abril de 2018

Final Fase 3: Contubernio del mal


La enormes hogueras hacías que las sombras del interior de  la tienda bailaran como si fueran demonios frenéticos. Los tambores y los gritos de los orcos zalvajez no ayudaban a relajarse. Pocas veces había estado Samuel Sime en una tienda con unos generales como estos, Grimgor era una montaña de músculos tan grande como el propio ogro y el aura de violencia que transmitía con cada movimiento solo hacía que a Samuel le hiciera padecer un dolor de cabeza justo detrás de los ojos y unas ganas de aporrear a alguien como solo había sentido en plena batalla, como cuando estás con el barro y la sangre hasta los ojos y solo piensas en darle una patada en la cara al soldado que está en el suelo y que tienes que evitar que se levante, porque si no, te dará la patada a ti.

El orco habló:
-¿Zamuel, tú que opinaz?

Samuel volvió de las profundidades de su mente.
-¿Eh? Sí... Esto... Hemos sufrido bajas, la cabrona de Finulein nos pegó muy duro, pero nosotros lo somos más. Por lo que me han contado los exploradores, han tomado presos a muchos de mis soldados. ¡Ja! -Rió de forma amarga- debería haber matado a esa panda de perros... Conozco a los que se llevó y son una panda de hijos de puta que vana hacer la vida imposible a esa elfa. Los escogí personalmente después de un asalto a una fortaleza de los Hombres rata, habían sobrevivido varios meses en las jaulas de las ratas... Que aprovechen las vacaciones que han cogido de los elfos. Cuando los vuelva a coger ¡Van a saber lo que es trabajar!

-Me alegra zaber que tuz chicoz zon chicoz duroz, ¡Pero los chicoz duroz no valen para nada zi eztan con loz elfoz!- Dijo Grimgor dando un puñetazo en la mesa.- ¡Loz cochinoz elfoz noz eztán deztrozando! ¡No eztamos conziguiendo ninguna pozizión! ¡Tenemoz que llegar a eza fortaleza de alguna forma!

-Eso es cierto Grimgor- Intervino Yuggath- El camino que dijo el enano estaba mejor defendido de lo que esperábamos.

-¡Tu cállate Yugazz! ¡Todoz hemoz vizto como te agarrabaz laz faldaz y zalíaz corriendo delante del elfo de loz caballoz! -Gimgor hizo un gesto teatral burlón con las manoz- Dizez Uuuuuuuuh... Y hazez muchaz cozaz con laz manoz y dizez muchaz palabrejaz raraz y la gente muere cuando hazez ezo... ¡Pero no zabez nada de comandar tropaz y de luchar de verdad! Dijizte que el enano aquel de la crezta naranja lo habíaz matado pero me tocó a mí acabar el trabajo.

Samuel Sime sintió un escalofrío en la nuca, en parte por las dos enormes bestias discutiendo delante de él y en parte por la extraña voz susurrante que en un rincón de la tienda dijo:

-El enano del que habláis sigue con vida, está herido de por vida por lo que habéis hecho los dos, pero vive y lucha como siempre.

Una de las sombras de la tienda dejó de bailar al son de los tambores orcos y se hizo más densa, casi material. La sombra habló:

-Me envía mi amo Ernhuzk, el enano no ha conseguido establecer su posición, no tendréis el apoyo por su parte, el elfo que llamáis Isgaard si ha conseguido su plan, su posición es adecuada para el asalto. Decidme y le entregaré la información a los otros generales ¿Habéis conseguido vuestras posiciones? ¿El asalto a la torre es la que planeamos? Contestadme y enviaré las respuestas a mi amo Ernhuzk.

El ogro se acercó a la pequeña y sibilante criatura del caos y le dijo:

-Dile a tu amo que no hemos conseguido las posiciones, el camino estaba defendido, intentamos emboscar a los enanos pero fue una trampa y Lindir nos atrapó y rompió nuestras filas. Finulein también destrozó el flanco oeste con el que Samuel protegía nuestra posición y hemos tenido que huir al norte, necesitamos saber la posición de Ernuzhk y si podemos apoyarnos en él para marchar a la torre. A pesar de eso, creemos que podemos tomar la torre por asalto si cargamos por el camino del sur, no es el plan que habíamos acordado, pero si Isgaard está donde acordamos, quizá el asalto deba ser por ahí.

La criatura asintió, y con una sonrisa malévola contestó:
-Transmitiré la información a mi amo... ¡Ah, por cierto! Vuestros enemigos están a punto de abrir la cámara y de desvelar sus secretos... Están tardando mucho, pues no tienen ni idea de como funciona esa cámara- El demonio pareció complacido por ese dato- Es tan fácil de abrir que hasta uno de vuestros cachorros podría hacerlo... Menos mal que sois vosotros los que contáis con mi ayuda... Espero que podáis conseguir pronto llegar hasta ahí pues como utilicen el Artefacto no podréis contar conmigo...

Y los ojos se fundieron con la sombra y desaparecieron.

-Malditos demonios, son traicioneros y malvados, esta campaña no acabará bien si la dejamos en sus manos - Dijo Samuel Sime. Aunque en su interior pensaba que era una buena forma de transmitir órdenes a sus tropas... si se pudiera eliminar de alguna forma la capacidad que tenían de mentir y de transformar todo lo que dicen a su antojo... Quizá sean útiles.

Autor: Draughleth



Final de fase 3: Concilio del Orden


Ashtroz cabalgaba acompañado de sus oficiales a través de la calle principal del enorme campamento de campaña, ansioso por llegar a la gran tienda en torno a la que se organizaban los ejércitos aliados. Allí donde ponía sus ojos veía cómo la línea invisible que separaba a Asur y a Enanos se iba desvaneciendo, una realidad impuesta por las necesidades de la guerra y que no estaba seguro de si le agradaba. Su padre cayó luchando en la Guerra de la Barba y, pese a que no existía ninguna duda al respecto de su profesionalidad y su sentido del deber, había esperado que aquella alianza hubiese quedado en lo meramente obligatorio. Sin embargo, y que Caledor el Impetuoso les perdonase, ambas razas habían comenzado a relacionarse más allá de lo impuesto por sus oficiales. Con estos pensamientos en la cabeza desmontó frente a la tienda del Alto Mando y se apresuró a pasar entre el nutrido grupo de guardias, un conglomerado imponente de la élite de cada hueste. Sus ojos tardaron un instante en acostumbrarse a la penumbra del recinto, pero aún cuando consiguió ver con claridad no pudo evitar dudar de si lo que contemplaba era cierto: Finulein y Grungthan a un lado estudiando un mapa del territorio, mientras que Lindir (aún con su armadura) y un maltrecho Úlfgar compartían una charla amistosa marinada con vino y cerveza. 

–He venido en cuanto me han comunicado vuestra llegada –fue lo único que acertó a decir ante la confusa escena–, dicen que habéis sufrido una emboscada por el camino. 

–Así es –contestó Lindir con una sonrisa socarrona–, nos atacaron en las colinas del Sur-Este, pero me temo que el combate no acabó como ellos esperaban. 

–Doy gracias a Asuryan, durante unas horas hemos temido por vuestras vidas. 

–Bueno, he de decir que este barbilampiño me ha demostrado que sabe pelear... encima de un caballo –gruñó Úlfgar–. Algo es algo. Menos mal para él que mis enanos han hecho el trabajo sucio para que él y los suyos no tuviesen que mancharse demasiado las manos. 

Si Ashtroz esperaba encontrar algún tipo de menosprecio real en aquellas palabras no lo hizo, más bien al contrario. Algo empezaba a cambiar, aunque no sabía identificar el qué. 

–Y bien –preguntó Lindir–, ¿cuál es el estado de las huestes? 

–Vengo de pasar revista a las tropas y de comprobar el estado de nuestras líneas de suministros. Todo está en orden, ha habido pequeños asaltos a nuestros convoyes de aprovisionamiento, pero nada serio. 

–Tras vuestra llegada, ahora lo que debemos decidir es nuestro siguiente paso. Las patruyas de Lindir dicen que el enemigo se encuentra disperso en estos puntos de aquí –dijo Grunghtam, señalando algunos lugares del mapa–. 

–Los incursores druchii se han reagrupado en una granja de este valle, si soy rápida podré alcanzarles antes de que se marchen. Puede que, si tiento el orgullo de su comandante, sea capaz de forzarles a cometer un error táctico –aportó la elfa. 

–Sea así –repuso Ashtroz–. Yo partiré en busca de los restos de la fuerza de combate que os ha emboscado hoy, si están huyendo a las montañas, como es de esperar, los interceptaré. 

–Úlfgar, tu debes recuperarte. Y no murmures, no voy a admitir discusión respecto a esto –ordenó Grungtham–. Vas a cubrir nuestra retaguardia con tus guerreros, estoy seguro de que alguno de nuestros enemigos intentará flanquearnos en estos valles. En cuanto a mi, saldré en busca de Grimgor, es hora de alguien lo detenga. 

–Muy bien, mis jinetes solo necesitan re-abastecerse y dejar descansar a sus corceles, pero partiremos al amanecer para cazar a todo lo que se ponga en nuestro camino, sea de la raza que sea. 

–Poco más podemos añadir, amigos –dijo Lindir sirviéndose vino y alzando la copa–. Que Asuryan esté con nosotros, si ahora cosechamos victorias claras les obligaremos a retroceder y pondremos a salvo Tor Tal-Harin. No podemos fallar. 

Autor: Ximo Soler.